Franco Sampietro
Resulta trillado decir que una de las industrias más prósperas del mundo es la industria del turismo. Países enteros viven casi sólo de ella, como Tailandia, Cuba, Costa Rica. Ciudades como Barcelona o Venecia, por ejemplo, son prácticamente un parque temático del turismo. Su importancia es obvia: se calcula que por cada turista de visita en un sitio siete personas obtienen un sueldo con esa visita ese día. Normal, entonces, que también en Tarija las autoridades se interesen (aunque sólo de palabra) por desarrollar el rubro, que por desgracia, lleva un atraso considerable y va a la zaga no ya de Sudamérica sino de todo el resto de Bolivia. En efecto: según la cámara respectiva, Tarija es el departamento que menos turismo recibe de todo el país; donde menos turistas vienen y donde menos tiempo se quedan: de promedio uno a dos días. Este dígito contrasta con el de Oruro, que estaba atrás de Tarija hace una década y que esforzándose, planificándolo, ahora recibe muchos más visitantes que a su vez se quedan un promedio de cinco días cada uno. (También en este aspecto, como en todo, pagamos el precio de la dejadez y la flojera).
La conclusión de ello también es sabida: es más importante para la industria de las vacaciones saber vender lo que se tiene que el potencial con que en efecto se cuenta. Así, Tarija no es Rurrenabaque (según la misma cámara, el enclave con más potencial turístico de Bolivia), pero aún sin tener nada espectacular cuenta con calles pintorescas, buen clima, un caudal de fósiles prehistóricos, pueblos adyacentes con su encanto, bellos paisajes y una simpática campiña. Pero no saben venderlo. Falta mejorar infinitamente la cantidad y calidad de los servicios. Falta moverse para presentarlo afuera. Faltan, sobre todo, muchas más cosas para ver y hacer en la ciudad de modo que justifique quedarse aquí más tiempo. Así por ejemplo, podría crearse una feria de artesanías de nivel: una de verdad profesional y de tamaño considerable; podrían construir un museo más decente: un museo en serio; podrían fomentar más eventos durante el verano; podría haber más que hacer a la noche; podrían establecer una ruta de tréking ecológica; podrían idear una ciclo-vía oficial que fuera desde Tarija a Tolomosa pasando por el dique; entre muchas otras posibilidades que ahora no hay. Falta, básicamente, un cambio de actitud: comprender la importancia de esto y tener la energía mental y física para llevarlo adelante.
Y si entendemos, entonces, que el turismo ha llegado a ser uno de los más activos ordenamientos de la modernidad y de la sociedad global, no puede ser ya considerado simplemente como la necesidad de escapar a la alienación de la vida cotidiana que impone un sistema estresante. Es, más bien, una compleja red rizomática, heterogénea, y sin embargo, altamente organizada. Y por lo tanto, es un apartado especialmente relevante de la biopolítica en las sociedades actuales.
Por otra parte, no hay un solo estereotipo de turista, sino muchos: hay muy distintas formas de hacer turismo. Y de estas muchas, la más interesante es la que se denomina turismo sostenible. Correcto, esta tendencia es una suerte de contestación al carácter contaminador de la mayoría de las formas convencionales de vacacionar, del que cabe esperar una amortiguación en los impactos medioambientales y sobre las comunidades locales. En otras palabras, un turismo que no deprede y que se encuadre en el concepto más amplio de desarrollo sostenible: esto es, un desarrollo que satisfaga las necesidades de la generación presente sin comprometer las posibilidades de las del futuro. Como corolario: dadas las características pseudo-rurales de Tarija, en lugar de continuar copiando a lugares mediocres como Salta, perfectamente podría –y debería- encuadrarse dentro de un proyecto original de este tipo.
Naturalmente, el turismo no es sólo viajar o conocer otra geografía, sino una particular forma de hacerlo que asimila imágenes y que obtiene placeres al tomar posesión visual del entorno. Son las experiencias en los lugares distintos las que permiten a los turistas construir sus propios significados en relación a uno mismo, a la identidad y a la subjetividad. Burdamente: el turista no es simplemente un tonto que mira, sino un agente que conforma activamente el espacio en torno y que mantiene la capacidad para transgredir su propio ordenamiento. Una vez más (“lo que se repite se piensa dos veces”: Heidegger), a partir de esto último, se podrían descubrir las potencialidades de algunas nuevas formas de llevar adelante el desarrollo de esta industria acorde a las características peculiares de Tarija.
Personalmente, me atrevo a sugerir un ejemplo de país que trabajó sistemáticamente el rubro hasta conseguir un producto competente: Nicaragua. En efecto, de haber estado en la ruina y destruido hasta los 90´, el país logró rediseñar lugares que son un ejemplo de turismo próspero y encima sostenible, como la isla Ometepe, Masaya o la Isla del Maíz. Para ello hace falta –por enésima vez- un cambio radical de actitud: en la sociedad (que sin duda no tiene interés en esto) y en las autoridades (que sin duda lo desconoce). Estas últimas, en lugar de repetir un discurso políticamente correcto –y para ellos rentable- y limitarse a publicar afiches que no llevan a nada, deberían invertir, investigar, contratar a gente de afuera si hiciera falta y apuntar a largo plazo: algo que a los políticos les tiene sin el menor cuidado.