La gente de a pie se pregunta por qué arrastramos los problemas de antes, por qué con tantos recursos no fuimos capaces de mejorar nuestra calidad de vida, por lo menos, la de los más necesitados. Pocas son las respuestas coherentes y se refieren a la corrupción campeante y al hacer por hacer sin un norte, sin un objetivo, sin saber para qué ni por qué. Si de algo hablamos desde años atrás es de la necesidad de planificar una gestión, en todo orden. Si desde diferentes escenarios hemos cuestionado algo en nuestras Instituciones públicas y autoridades, es justamente la falta de priorización de los requerimientos ciudadanos. Pues bien, la ausencia de planificación deriva inexorablemente en desorden y caos porque llegamos a actuar de manera reactiva a las presiones populares o cediendo a las exigencias de sectores políticamente más atractivos que otros. También puede que nos dejemos devorar por el ego y vayamos «haciendo» por simple ocurrencia o capricho, desoyendo el clamor de la gente.
En el ámbito municipal las evidencias sobran, una ciudad sin obras de impacto llena de proyectos pequeños siempre útiles pero no urgentes que van desde plazuelas y parques que se riegan con agua potable a calles asfaltadas sobre empedrado y sin alcantarillado. Vemos la ciudad joven de la última década con calles angostas, cableado aéreo todavía, sin desagües pluviales adecuados, con más que deficientes servicios básicos. Encontramos infraestructura hospitalaria cayéndose, barrios enteros sin agua para vivir, tráfico vehicular totalmente convulsionado por ausencia de políticas viales y decisiones de fondo. Eso y más hace que Tarija no haya dado el salto de pueblo del siglo XX a ciudad del siglo XXI, a pesar de contar con recursos suficientes para encaminarla.
Si observamos lo que sucede en lo Departamental la experiencia es parecida pues no se identifican políticas que indiquen el norte en nuestro desarrollo. Un gobierno regional que hoy atraviesa por una difícil situación, sin recursos, con candados, con problemas con algunas regiones y en un contexto nada halagador, con provincias donde prima el criterio de gasto ya que si de ejecución hablamos, seguro que en ellas se registran los mayores porcentajes pero si miramos lo que se hizo, lo que se construyó, concluiremos que cada quien hizo lo que quiso sin evaluar su necesidad y menos su costo. La repetición coincidente de las mismas obras vincula a las provincias y las cantidades de dinero gastadas también.
Para planificar es preciso hacer un alto para por lo menos ponernos de acuerdo sobre hacía donde vamos o queremos ir, sobre como hacemos para llegar al objetivo y con que pretendemos hacerlo. Seguir así es sólo ir actuando de manera coyuntural y dando soluciones paliativas y no definitivas a los verdaderos problemas del pueblo con la consabida fuga de recursos ya que se diluyen en obras pequeñas, innecesarias, intrascendentes pero de réditos políticos interesantes. Al parecer no se entra al escabroso terreno de la planificación porque obliga a hacer primero aquello que no es tan evidente a los ojos humanos y por tanto, no tan redituable para quienes manejan nuestra plata. Si dejamos que la política intervenga en cada paso que damos, los resultados serán los mismos, el reto es que quienes dirigen las instituciones lo permitan, que se deje espacio para un enfoque técnico de los problemas porque precisan de una solución así.