Noticias El Periódico Tarija

Franco Sampietro

(El PRESENTE TRABAJO ESTÁ TOMADO DEL LIBRO, TODAVÍA INÉDITO, “LOS DESEOS IMAGINARIOS DEL TARIJEÑISMO”, QUE ANALIZA LA REALIDAD DEL DEPARTAMENTO A LA SOMBRA DE LA MÍSTICA TARIJEÑISTA DE SIEMPRE. EL SIGUIENTE FRAGMENTO  TRATA DE LAS CAUSAS DE LOS TRASTORNOS VIOLENTOS Y LA CORRUPCIÓN MASIVA ACTUAL)

 Hay un eslogan que el ex alcalde Oscar Montes –símbolo de la corrupción por antonomasia en la historia de Tarija, pasada y reciente, y también de la delincuencia casi mafiosa, puesto que no fue a la cárcel ni con más de cuarenta procesos en ciernes- hizo difundir por los cuatro vientos y que sigue difundiéndose hasta hoy día. Sin duda ese eslogan representa la realidad de la Tarija contemporánea: hipócrita, cínica, pretenciosa y deliberadamente enceguecida. Es el que afirma: “¡Tarija, cada día más linda!”.
De modo que me permito mostrar un pantallazo de esto que no se quiere ver, ya que sin duda Tarija no es más lo que los medios de la elite y los políticos cleptómanos siguen diciéndonos que es. La ciudad ha cambiado sobremanera y sin duda para mal. A grandes rasgos, cambió su superestructura social, dado que la oligarquía nativa perdió preeminencia económica y se alió a la nueva burguesía emergente surgida con el Movimiento Al Socialismo, formada por el núcleo duro del MAS y por algunos empresarios cocaleros y mineros del norte. El punto culminante de esto último lo vimos en las elecciones locales del año 2015: una legión de los más vagos, frívolos, interesados y oportunistas derechistas de Tarija ocupó la abrumadora mayoría de los puestos políticos del Movimiento Al Socialismo: un partido que se decía de izquierda, indígena y revolucionario. Y como la cereza del postre, el candidato a gobernador: alguien que nunca participó en política (pero hijo de un conocido candidato de la derecha dura de antaño), sin experiencia ni formación teórica ni idealismo conocido y por si fuera poco, autor de una canción anti-colla (el “Blues de Tarija”, que puede verse en youtube y que se cantaba los viernes en un conocido local exclusivo de la hermana de Jaime Paz Zamora). A la razón del pantagruélico suceso (amén de la idea que tienen de Tarija en La Paz para llegar a subestimar al electorado de semejante manera) acude el modo en que funciona el reciclaje de la clase alta en Bolivia. Como lo cuenta en su trabajo Luis Tapia: “El clivaje regional tal como está configurado en Bolivia es un clivaje político, que contiene como núcleo duro un clivaje clasista. Es un modo de politizar la división clasista, no de manera directa y abierta. Presenta los intereses de clase como los intereses generales de una región” (´El Estado de derecho como tiranía´).
Para ser más justos, sin embargo, debemos reconocer que es un fenómeno universal y no solo boliviano. De hecho, ya la primera colonia que se independizó en la época moderna, Irlanda, es un caso preclaro de lo que pasó luego con la mayoría de los pueblos liberados: la constitución de un nuevo Estado reaccionario, más retrógrado que la metrópolis imperialista que se quitó de encima.    Su desconocimiento –paradójicamente- es la conocida postura del relato tercermundista o Teoría de la dependencia, que atribuye la culpa total del atraso del Tercer Mundo al llamado Primer Mundo y no a las elites locales del Tercero, como sostiene simplonamente Galeano en ´Las venas abiertas de América Latina´. Es decir, no se trata en rigor de un conflicto de naciones, sino de clases sociales: “Proletarios del mundo, uníos”, rezaba el célebre lema comunista. Por el contrario, la Teoría de la dependencia, que se desarrolló aproximadamente entre 1.965 y 1.975, planteaba una relación estructural fundante: existían países centrales y países periféricos, y la condición de posibilidad de la existencia de los países centrales radicaba en la explotación de los países periféricos. O sea que la contradicción principal en el sistema capitalista ya no era –tal como lo había planteado Marx en el ´Manifiesto comunista´- la de burguesía y proletariado, sino que el proletariado de los países centrales había pasado a compartir los objetivos de la burguesía. Es entonces que la contradicción principal pasaba a ser la de imperialismo/nación. A esto se le llamó la cuestión nacional. (Para ahondarlo, recomiendo el exhaustivo estudio de Juan José Sebreli: ´Tercer Mundo. Mito burgués´).
Retomando el panorama de la ciudad, aunque el poder político esté ahora compartido , al mismo tiempo es posible afirmar que el control cultural sigue estando todavía en las manos de la clase alta de Tarija, que continúa definiendo simbólicamente la identidad cultural de lo que sucede, con una visión absolutamente anacrónica y una ideología ultra-conservadora. Como corolario, flota en la atmósfera una suerte de imaginario híbrido o engendro fuera de contexto que ni remotamente corresponde a la Tarija real del año 2.016. Y en este punto cabe mencionar el único “Proceso de cambio” que sí conoció la cuidad. A saber, Tarija “avanzó” adoptando lo negativo del desarrollo (lo que destroza la calidad de vida) y perdiendo lo bueno que tenía de su atraso: la seguridad, la tranquilidad, la falta de polución y de estrés, las relaciones cara a cara, la informalidad. Al mismo tiempo, sin el menor progreso cultural y estancada en la ignorancia. Pero también en la ignominia.
Creció de una manera desmesurada y sin la menor planificación ni orden. (Como se sabe, en Tarija no existen políticas de planificación -aunque sí interés político). Se saturó de coches viejos robados de la Argentina y Chile que vuelven demencial la circulación por el centro (por no mencionar la polución y el ruido). En casi todos los rubros está más cara que España y Estados Unidos, pero la gente gana sueldos del África subsahariana (la mitad de la población, al menos, tiene un salario de doscientos dólares). Fijaron un modo de especulación inmobiliaria que ha hecho que una casa en pueblos adyacentes como Turumayo cueste más que en París o Barcelona, ensanchando hasta lo inverosímil el abismo entre los salarios y la vivienda propia: y hablamos de un bien básico. Por supuesto, el potencial económico, cultural, turístico o natural que la elite –y por contagio, el resto de la población- le atribuye no responde ni remotamente a esa psicosis colectiva. Según las estadísticas oficiales, es ahora la tercera ciudad más violenta y peligrosa de Bolivia, pisándole los talones a Santa Cruz y El Alto; la segunda en consumo de cocaína y la primera proporcionalmente en delitos sexuales. Se atraca y mata con cuchillo en las calles y a la luz del día, en una progresión que hace pensar que en un par de años habrá que salir a trabajar con el revólver al cinto. Se disparó el consumo de drogas duras al trescientos por ciento (mientras el gobierno “inteligente” del MAS pareciera que persigue con más saña a la marihuana, que es tranquilizante e infinitamente menos nociva, al punto que se comienza a despenalizarla en el mundo). También, según todas las estadísticas, Tarija es el departamento más corrupto del país. Y a la par, el que posee el peor sistema judicial de todos: el más flojo, donde los jueces solucionan un promedio de 250 casos al año (cuando en Cochabamba, por ejemplo, es de unos 420). Tiene el método del diezmo establecido, sino de modo legal, al menos oficial. Los ríos Pilcomayo, Bermejo y Guadalquivir (las cuencas más importantes del departamento) están tan contaminados con metales pesados, petróleo y aguas negras, que amenazan seriamente la biodiversidad y a sus habitantes. Es, proporcional a su tamaño y según las estadísticas, la ciudad más contaminada del Estado. También, casi seguro que por eso mismo, Tarija ostenta los índices de cáncer más altos de Bolivia…pero hasta la fecha no se ha llevado nunca a cabo un estudio para determinar las razones. Los barrios San Luis, Petrolero, San Jorge I y II, Bolívar, entre otros, viven respirando las aguas hediondas de las lagunas de oxidación –saturadas desde hace más de una década-, lapso en que se perdieron doce millones de dólares de donación holandesa para solucionarlo en manos de nuestros ínclitos políticos. Tarija es el departamento que menos turismo recibe en el país, ya que según la cámara respectiva los pocos visitantes se quedan un promedio de uno o dos días (a diferencia de lugares como Oruro, donde lo hacen un promedio de cinco: valga el ejemplo de Oruro, porque se trata de un sitio que hasta hace poco no tenía casi turismo y que lo consiguió planificándolo). No hay casi eventos culturales, ni una sola librería, ni una biblioteca que preste los libros  y apenas un cine que sólo pasa films comerciales yanquis, pero está infectada de sectas neo-cristianas que se llevan el diezmo de los ignorantes. No existe un solo lugar alternativo donde escuchar música o beber un trago, ya que apenas aparece un bar o local más o menos progresista, lo asedian hasta clausurarlo (vía FELC, Migraciones, Hacienda y Defensoría de la niñez; a veces, todo junto, como sucedió con El ojo blindado, La Vinchuca y Bagdad café: lugares que el stablishment consideró peligrosos por distintos). Ver sus muros con pintadas callejeras –los grafitis son un téster  para medir en cualquier parte el pensamiento suburbano- da ganas de llorar por el grado de ignorancia y analfabetismo a secas. Las banditas de rock local tocan temas de grupos de Argentina que estuvieron de moda allí un verano, pero hace dos décadas. Y seguro que lo mismo se puede concluir sobre el folclore: por lo menos así lo dijo el guitarrista internacional Piraí Vaca la última vez que visitó la ciudad, en abril del 2.015; literal: “la música en Tarija no evoluciona”. Tiene también, según es fama allende sus fronteras, la peor universidad estatal de Bolivia (que por cierto, al momento en que redacto este texto, lleva dos meses y medio sin pasar clases por problemas políticos internos en la elección del rector, que si fuera un académico decente debería renunciar sin más a un puesto que ejerce por la fuerza). Por otra parte, no existe en Tarija una sola carrera de investigación social: ni sociología, ni ciencias políticas, ni historia, ni antropología, ni arqueología o paleontología (con el potencial de fósiles prehistóricos que posee bajo tierra), ni letras o filosofía, ni trabajo social: señores, ¿cómo quieren ustedes generar conocimiento?, ¿cómo pretenden que progrese este pueblo?. La prensa, por su parte, utiliza como mano de obra a gente empírica sin ningún estudio ni preparación intelectual, a la que le paga de sueldo menos de 2.000 bolivianos, y al mismo tiempo, obtiene el grueso de sus ingresos de la publicidad gubernamental: reto a cualquiera a que trate de hallar, siquiera de casualidad, algún artículo donde se critique al alcalde, por ejemplo. Sin exagerar, se podría concluir que la prensa de Tarija es incluso peor que antaño y que está en su mayoría comprada por el poder de turno. De hecho, eso no es ni siquiera periodismo: es relaciones públicas. Tarija no tiene, finalmente, ni siquiera agua potable las veinticuatro horas seguidas.
Es ya un lugar común afirmar que la única forma de progresar en Tarija es por medio de la política o el narcotráfico (no lo digo yo: lo dice todo el mundo). Pero a la vez, la política funciona cada vez más como una mafia. Y no hace falta citar a Oscar Montes para ilustrarlo. Ni a la antigua clase dirigente del Comité Cívico travestida después en el MAS. Todo el que se acerca a la política es solamente porque busca dinero. No hay el menor lugar para los ideales ni la buena intención. O mejor dicho, su ideal es uno sólo: hacer cada vez más dinero. Para ser cada vez más poderosos. Ser cada vez más poderosos para imponer sus voluntades. ¿Y cuáles son esas voluntades?, también una sola: manejar a Tarija. Y a tal punto lo han logrado, que habría que preguntarse si la estructura del poder político tarijeño no es una estructura abiertamente mafiosa que incorpora como socios a aquellos que ya eran mafiosos o que ya tenían muchísimo dinero, para seguir haciendo dinero juntos. El botín más anhelado en Tarija es participar del Estado, que debería servir a los ciudadanos pero que se ha transformado en una herramienta de ambición, riqueza y ostentación espuria. El mensaje es claro: “no seas idealista, no te metas en problemas discutiendo el sistema establecido”. Y lo que quiero resaltar: que esta forma de razonamiento abarca a toda la sociedad y no sólo a la política, desde el gobernador al último policía pasando por la universidad o un club de barrio. Aquí lo oficial no es ya la moral, son los intereses egoístas.
¿Cómo llegó Tarija a semejante estado social?, a una situación que definir de crisis resulta piadoso, porque lo que hay es una catástrofe que volvió a este pueblo invivible. Una calamidad a la que se arribó por el desastroso manejo que se hizo del descubrimiento del gas, verdadera maldición que arruinó a la ciudad. En primer lugar, porque el dinero se quedó en unas pocas manos (a la manera de las monarquías del Golfo Pérsico, donde cuatro gatos son los dueños de todo y el pueblo se pudre en la miseria); en segundo, por las expectativas que generó ese mismo dinero entrante, que atrajo a olas de migrantes del norte que pasaron a engrosar el cinturón de la pobreza, excluidos del “contrato social” económica y socialmente; en tercero, por la especulación de los usureros (locales y del norte) que explotaron hasta el absurdo la psicosis de esa supuesta “Suiza boliviana” que se creyeron unos cuantos. Por los mismos tarijeños, finalmente, dispuestos a creer cualquier cuento de hadas, con tal que les sobe el ego. Y realmente resulta increíble que haya sucedido así, pero fue el mismo atraso secular de Tarija –esa mezcla de inoperancia, dejadez, corrupción y valores feudales- lo que llevó a convertir una oportunidad histórica en una palmaria desgracia. Como comentario final al respecto, adjunto estas líneas del gran Karl Marx: “Ha de haber algo putrefacto en la médula misma de un sistema social que aumenta su opulencia sin reducir su miseria, y aumenta en crímenes aún más rápidamente que en números” (´El capital´). ¿Cuál sería aquí ese elemento nefasto que señala Marx?: el tarijeñismo.

Son múltiples los factores que explican las causas de la violencia en Tarija, pero de esos varios factores casi nunca se menciona el papel de la clase media. Correcto, ¿Qué ocurre, entre medio de tantos cambios sociales, con la clase media de Tarija?: lo que ocurre es que está enfrascada en una huída de la realidad. Se trata, específicamente, de una fuga en dos frentes: hacia atrás y hacia adelante. Hacia atrás, refugiándose en ese supuesto pasado mítico que citan como “Edad de oro” los tarijeños: el de una tierra de felicidad sin mácula habitada por hombres blancos de pura sangre española que encarnan la esencia inmutable de la tarijeñidad (y que sin duda no existió nunca). Hacia adelante, por medio de un proceso de frivolización extrema.
Y es que, en efecto, a la lista de desastres sociales hay que agregar el extraordinario grado de frivolización de la elite local y sus émulos, sin duda mucho más “refinada” que antes. Es decir, el fantástico desprecio, la morbosa distancia que pretende marcar entre ellos (tan ignorantes como los otros) y el pueblo llano, como un modelo de exclusión que fuera a la vez modelo de vida. Son los que aquí se denominan “jailones”: no los acomodados, sino los que quieren aparentar serlo. Son los conservadores de derecha, pero no de la derecha ilustrada, culta y aristocrática, sino de esa derecha zafia, barata, taimada y patriotera del Tercer Mundo, con su admiración por la clase alta y su arribismo, con su clasismo y racismo. Son el extracto más puro de la figuración y la envidia, pero como formas transmutadas del miedo y el resentimiento. Son los que pagan dos mil bolivianos por una fiesta de fin de año, endeudándose por meses con tal de figurar en ella; los que se compran un coche de lujo y no tienen ni siquiera un lote. Es como si la pequeña burguesía tuviera terror de quedar del lado de los pobres (a los que también, en su imaginario, percibe como inmigrantes o de origen inmigrante y por lo tanto, medio indígenas).  A la idiotización de la clase alta le sigue de cerca la imitación de la clase media, pero unida como un rostro de Jano a la marginalidad y la delincuencia: dos caras de la misma moneda. Es decir, a medida que aumenta la delincuencia, se dispara también la distancia que pretende marcar la clase media, más frívola y despreciativa, pero también ella empujada hacia el abismo. Su petulancia, su maledicencia, su desparpajo, su falta de respeto ocultan en realidad la inseguridad de una posición social en el límite. Es lo opuesto de una expresión contra-cultural y transgresora; es una actitud reaccionaria: la clase media baja deseosa de ascenso y figuración social. Lejos de cuestionar los códigos perversos que los pechan hacia abajo, quieren asimilarlos, y de ese modo, los legitiman.
Hasta han incorporado en los últimos años el concepto despectivo de “negrito”, que claramente no saben cómo manejar. Copiado de la Argentina (una vez más), se utiliza allí para insultar a los pobres (ya que no hay negros) aunque sean rubios. En Bolivia, casi todos los pobres son de tez oscura y casi todos los de clase media o alta son de piel un poco más clara. O más bien: como si la piel se aclarara con la escala social. Pero también un porcentaje muy alto de clasemedieros son de piel oscura. De modo que se da el caso de gente muy morena diciendo negrito a los que son más claros o más pobres o hasta de su misma familia en medio de una discusión. Paralelo a ello, campea una suerte de superioridad expresa de la raza blanca europea sobre la raza nativa, que la misma población estableció espontáneamente. Ello se expresa en el altísimo porcentaje de ´barbies´ rubias y de ojos claros que aparecen en las publicidades, cuando la mayoría de la población es morena y de ojos rasgados. ¿Cómo es posible no desarrollar complejos si como en la famosa película de Billy Wilder se les dice a diario que “Los caballeros las prefieren rubias”?. Es así como en este enclave de la América morena (de hecho, uno de los países de tez más oscura de Latinoamérica, incluyendo a Tarija), los mismos padres les inculcan a los hijos, desde chiquitos, que una rubia vale más que una morena. Es parte de la mescolanza propia de esta aventura cultural de la Tarija contemporánea que nadie puede (o quiere) definir, donde se entrecruzan los hilos de la cultura del barrio y del centro, de la ciudad y el campo, de los personajes típicos y los inmigrantes exóticos.
Y de ese maremágnum confuso, por supuesto, los que tienen más para perder son los inmigrantes del norte, sobre todo indígenas. Estos no sufren el multiculturalismo, sino lo que los etnólogos denominan la des-culturización. Los niños en las ciudades crecen en familias con un padre humillado y sin prestigio. Como la madre también está privada de toda integración social, no disponen de un marco en el que interiorizar las reglas de la vida en común. Desde los primeros cursos escolares (si es que van a la escuela) se sienten excluidos. Suelen proceder de la inmigración, pero muchas veces una o dos generaciones los separan de su origen, de modo que no disponen de una identidad anterior que colocar en el lugar de la que tanto les cuesta construir en el sitio donde viven. No siempre dominan perfectamente la lengua, y tampoco encuentran las condiciones mínimas para poder estudiar en casa, donde no hay espacio. Cuando alcanzan la edad de trabajar, no logran que los contraten, ya que no disponen de conocimientos específicos y su aspecto se considera poco fiable (cuando no directamente descartable por indio). Como no pueden acceder a ninguna de las otras vías que conducen al reconocimiento social, muchos de ellos se inclinan por la violencia y por la destrucción del marco social en el que viven. Por otra parte, han crecido aquí y ya no sueñan con su pueblo del Collasullo, sino con el último modelo de celular y con videojuegos. Se les muestra por televisión la riqueza, pero ellos viven en ranchos que se caen a pedazos, en barrios desprovistos de todo, sin calles bonitas, sin supermercados y sin servicios. Ya lo dijo Karl Marx: “la ciudad hace más pobres a los pobres”. Es entonces que la impotencia, sumada a la envidia, disparan el odio y la delincuencia. La distancia entre el sueño que alimentan las imágenes televisivas –y que ellos piensan que existe aquí mismo, en el centro de Tarija, como los “jailones” en su desprecio infinito pretenden hacer creer- y la miserable realidad es tan grande, que solo la violencia física parece capaz de reducirla.
Y es que la frustración pone al rojo las peores cualidades humanas, haciendo del pobre alguien mucho peor del que podría ser con un trabajo decente en una sociedad que lo incluyera. Por eso, si bien no es una situación que debamos justificar, ni mucho menos excusar, es urgente y crucial entenderlo. Pero, por el contrario: se los criminaliza y discrimina aún más, llevando a una espiral de embrutecimiento a ambas partes. A través de la prensa basura (en su doble vertiente: hecha por principiantes sin educación y por comerciantes demagogos), los honestos padres de familia piden seguridad. Porque resulta que el neo-liberalismo arroja a la marginalidad, a la exclusión, al hambre a miles de personas, y los que hacen dinero con el neo-liberalismo se sienten inseguros porque los excluidos -en un buen número- se transforman en delincuentes. Tarija es hoy, sin duda, una ciudad encanallecida y embrutecida de cinismo bajo sus buenas maneras huecas y sus eslóganes vacíos.
Para su atenuante: Tarija es un ejemplo entre muchos. Así está el mundo contemporáneo. La violencia ha crecido en los suburbios y en el centro de las ciudades. Para un excluido del sistema de libremercado basta conseguir un revolver para transformarse en un  delincuente y sentirse incluido otra vez en la sociedad que antes lo había desechado. Ahora pertenece otra vez a ella, sólo que como delincuente. Si antes no tenía trabajo, ahora lo tiene. Si antes estaba abatido, ahora lo vigoriza el odio. Si antes era un derrotado, ahora le temen. Ahora no padece la desdicha, la provoca. El delincuente criminal es simplemente alguien que asume una de las caras del sistema de exclusión. No odia –como odiaba el antiguo obrero industrial- a los patrones, odia a todo el mundo. A todos los que aún tienen trabajo. A todos los que tienen una casa. Una familia. A todos los que tienen las cosas esenciales de las que él fue privado. Sólo se siente parte de la sociedad cuando la agrede en cualquiera de sus representantes. Así, con sólo herir o matar ocupa la centralidad del sistema que lo había escupido de sí. Vuelve a tener un ser: un ser odiado, temido, pero un ser al fin. No se sentía así desde que perdió el trabajo.
Sin la menor duda el odio, en la sociedad de exclusión, es más cruel que en la antigua sociedad de clases. Este odio no tiene ideología. No se canaliza organizadamente en huelgas, manifestaciones, volanteadas. Por el contrario, se distribuye indiscriminadamente: se propone destruir todo, se postula como absoluto y con el plus de la crueldad. Y posiblemente ello se deba a que el excluido sabe con certeza que no tiene salida. Que su situación no sólo no va a mejorar, sino que se acentuarán las condiciones de su exclusión. Porque la base del modelo consiste en eso: en acentuar las condiciones que hicieron del excluido un excluido.  La relación conflictiva no sería ahora entre clases, sino personal: de uno en uno. Es decir, en la visión de los excluidos, todos y cada uno de los incluidos son culpables de la exclusión. Todo incluido ocupa el lugar del que el otro ha sido excluido; ergo, no hay inocentes. De ahí el tamaño descomunal del odio. Si las estadísticas dicen ahora que lo que creció no es tanto el número de delitos como la magnitud de la violencia en los mismos, quiere decir que lo que creció es el odio. Antes, el obrero, el guerrillero, el anarquista, veían como enemigo a una representación cuasi-abstracta: el patrón, el sistema, el imperialismo. Hoy el excluido ve descarnadamente a un ser individual como culpable simplemente por pertenecer al sistema: alguien que se permite gozar de la vida en un tiempo de desdichas masivas.
Pero lo más increíble es que al mismo tiempo, dicha pseudo-elite vive fascinada con el consumismo burgués, ya que pareciera confundir a la modernidad con lo peor de su brillo. No se da cuenta, en su compulsión imitativa, del mamarracho que hace cuando copia a la elite. Porque tampoco la minoría privilegiada es una elite educada, sino una cuyo símbolo bien podría ser el chancho a la cruz: algo pesado, grosero, tosco, copiado de Salta y pésimo para el hígado.

Dentro de esta línea podría ubicarse el auge de los supermercados, cuya aparición en la ciudad data de poco más de una década, y que funcionan de un modo diametralmente opuesto a los supermercados del resto del planeta: en vez de ser más baratos que las tiendas, en Tarija son notoriamente más caros. Sin embargo, a la burguesía tarijeña le fascinan, y paga con gusto y arrogancia los mismos artículos más caros que en las tiendas: en su confusión por los cambios, piensa, seguramente, que la modernidad es un supermercado.
Quisiera citar al respecto un fragmento de Juan Filloy, escritor argentino de perfil bajo que admiro profundamente por su discreción y talento: “El supermercado actual es una indecencia capitalista. (…) El pague y lleve, copia del cash and carry de la plutocracia yankee, es una agresión al hombre menesteroso, insolvente, un desafío a quienes mascando hambres mascan el odio. (…) Podrá argüirse que el supermercado constituye un progreso técnico en la comercialización; pero jamás afirmarse que sea un progreso de la condición humana, pues en su mecanismo han sido proscritas la conmiseración y la solidaridad” (´Esto fui´).
También entra aquí el amor por los coches, la ropa de marca, los teléfonos celulares, los destinos turísticos masificados y en fin, los consabidos juguetes y ritos del mundo mediático. De entre esos artefactos, la manera de usarlos: basta ver cómo, Tarija, es la excepción a la regla universal de la conducción en que tiene prioridad el peatón, ya que conducen tirando el auto encima, y mientras más caro el coche, parecieran sentir más derecho al atropello.
El modelo impoluto –el esplendor-, podría ser esa sosedad ultra mediocre que es la Expo Sur: desfile de márquetin, borrachos consuetudinarios y chicas que repiten el modelo anacrónico de la linda/boba/objeto decorativo. (Un modelo de género, por cierto, propio del pasado, contra el que lucharon las mujeres de Occidente desde hace al menos cuarenta años, y que a las féminas de aquí les fascina; al punto que, en vez de cobrar, algunas pagarían por salir de azafatas). ¿Qué hay, en verdad, en la Expo?, absolutamente nada que no estén hartos de ver en el centro o en la pantalla boba, sumado a las modelos en vidriera y  grupos musicales de lo más vulgar y trasnochado, como Gloria Trevi (una muerta resucitada), Los Pericos (con otro cantante y extinta hace más de veinte años) o el ordinario grupo de cumbia Ráfaga: difícilmente se podría traer algo menos cultural o tener peor gusto. Pero hay, eso sí, la posibilidad de lucirse como “Jailón” a sus anchas en la Expo, comenzando porque se paga cincuenta bolivianos por esa nada: lo que ya marca una distancia. Allá van todos, entonces, borregos y en manada, rimando ropa, rostros y discurso. Y no es que esté mal en sí ir a tontear un rato, si no fuera porque es casi lo único que hay para hacer en el año.
Como contraparte, ¡qué difícil agruparlos para algo útil, provechoso, cultural, desinteresado!: como barrer una escalera para arriba. Es lo que dicen casi todos los foráneos, o los tarijeños que salieron un tiempo. Así, hay una imagen que predomina sobre todas las otras: la de Manuel Fariñas, extranjero bienintencionado que encaró sin parar proyectos grandes y nobles en Tarija (y que los mismos tarijeños reconocen, porque lo eligieron una vez “Tarijeño del año”). Pues este hombre acabó con una embolia cerebral. Apostaría a la teoría que la embolia le vino por tanto renegar con la flojera  bajo la excusa de la mística tarijeñista: como una metáfora de este sitio absurdo.

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…estos tres fragmentos son para intercalar en la nota, en un recuadro cada uno:

Sin duda el rostro del capitalismo actual se define por su afán de concentración de riqueza y poder. Es la quintaesencia de lo torpe y lo avaricioso. Ese rostro es uno de los más descarnados y suicidas de que se tenga memoria: en un polo la avaricia, en el otro la pobreza. Así ven el mundo los banqueros que lo gobiernan. Se trata de un capitalismo que no distribuye, despoja. No integra, destruye. No oculta sus riquezas, las ostenta con descaro. Como todo individuo avaro y miserable, no hace sino despertar la ira de los desangelados.

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La relación conflictiva no sería ahora entre clases, sino personal: de uno en uno. Es decir, en la visión de los excluidos, todos y cada uno de los incluidos son culpables de la exclusión. Todo incluido ocupa el lugar del que el otro ha sido excluido; ergo, no hay inocentes. De ahí el tamaño descomunal del odio. Si las estadísticas dicen ahora que lo que creció no es tanto el número de delitos como la magnitud de la violencia en los mismos, quiere decir que lo que creció es el odio. Antes, el obrero, el guerrillero, el anarquista, veían como enemigo a una representación cuasi-abstracta: el patrón, el sistema, el imperialismo. Hoy el excluido ve descarnadamente a un ser individual como culpable simplemente por pertenecer al sistema: alguien que se permite gozar de la vida en un tiempo de desdichas masivas.

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Tanto en Tarija como en el resto del mundo neo-capitalista no se construye una sociedad inclusiva, sino una que empuja a la desesperación. Una sociedad en la que unos pocos han acaparado las razones y han arrojado a los otros a los páramos de la sinrazón: la droga, la violencia desesperada, multidireccional, gratuita, cruel, psicópata, inevitable.