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Raúl Pino-Ichazo Terrazas

(Abogado Corporativo, postgrado en Arbitraje y Conciliación, Catedrático)

El profundo pensador y filósofo español José de Pedro, siempre aposto a la solidaridad y a la justicia social, entendida como el ideal de justicia que consiste en que cada miembro de la comunidad o población tenga una oportunidad igual y real para desarrollarse y vivir  de la mejor manera que le permita su forma de ser innata : subsistencia asegurada, asistencia sanitaria, educación liberal y medios de cultura, trabajo seguro adaptado a la capacidad de cada uno, posibilidad efectiva en responsabilidades políticas y, finalmente, el control de los medios de producción hasta el impedimento de formación de minorías dominantes por la fuerza o por el poder de mando.

Todo lo antedicho es fundamental porque los pueblos pobres están subsidiando con sus inmensos recursos naturales y su trabajo la prosperidad de los ricos. Cuando se ejerce la política sin solidaridad  sin acordarse de nuestros mentores los sabios griegos que nos enseñaron hace más de dos mil años que el gobernante solo debe dedicarse a la satisfacción de las necesidades de la población; principio tan fácil de enunciarlo pero complejo de cumplir por la precaria formación de los políticos que escaquean el estudio de la Ciencia Política, concebida en sus bases por los antiguos griegos.

Así cuando se dispone del mercado, para que, con su abstrusa pero inamovibledecisión, deje al pobre sin nada y al rico con su beneficio, resulta posible ahorrarse la situación incómoda de pensar en los necesitados. Lo expresado fue la base fundamental de la acción del actual gobierno de Bolivia y que su líder encienda el inextinguible fuego de la inclusión que despierta a los movimientos sociales; poder, hoy en día, imprescindible para gobernar este país y hacer obras. Nadie puede negar, salvo los espíritus abstrusos que, desde hace 10 años Bolivia se ha transformado y se persiste correctamente y de acuerdo a un seguimiento de la conciencia moral, a una socialización plena de las riquezas, a través de la explotación de los recursos naturales de manera propia y siguiendo la cadena de la industrialización que genera los ingresos necesarios para una política de inversiones, ausente de préstamos foráneos, aunque de vez en cuando se pueda recurrir a créditos blandos.

Tan importante es esta etapa que vivimos, como nunca en ningún gobierno pasado, como la concienciación del poder social: mesurado, digno, sin rescoldos de revanchismos y unido. La acción de este propósito que anima a este gobierno nace del desequilibrio entre el poder y el querer, porque  con el poder debe sentirse el deseo intenso e inderogable de cumplir con las necesidades de la población para un mejor nivel de vida, empero, no a futuro sino ahora.

Esa inquietud política que no debe cesar en todos los políticos con conciencia moral y ética produce una empatía hacia los pobres, generando actitudes firmes de solidaridad que, cuando se tiene poder son perfectamente realizables.

El desarrollo es vital con una política social como la descrita que encarne cotidianamente el sentir de la población, desechando la expresión de país en vías de desarrollo que es un eufemismo para evitar el calificativo de pobre, pues es falaz porque los países desarrollados actualmente estuvieron antes subdesarrollados, entonces, ¿subdesarrollados en relación con que’?

La moral y la política, cuando se gobierna un país deberían ir por un mismo designio, que es ineluctablemente la solidaridad y la justicia social.