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Raúl Pino-Ichazo Terrazas

(Abogado Corporativo, autor del libro “Hacerse viejos” Senectos)

La inclusión en toda colectividad organizada es el punto vital para su postrer  e incesante desarrollo: la sabiduría de nuestras comunidades campesinas, a través de los abuelos de la tercera edad, aportan positivamente para el trasvase comunidad-ciudad, que es una fuerza irreductible que impele a los jóvenes campesinos, para su progreso intelectual.

El problema surge en las ciudades donde la perdida de la relación produce efectos desastrosos. Precisamente los abuelos son inexcusablemente necesarios para el equilibrio intergeneracional, porque conocen proceso y se han adaptado a las transformaciones sin perder sus valores tradicionales. De ahí emerge la realidad que el progreso, el auténtico progreso no es sino la tradición en movimiento. Lo demás no es otra cosa que la deshumanización de las relaciones sociales, el vivido contacto con el ascendiente y el descendiente, sin olvidar al prójimo.

¿Consideraran los abuelos como un placer dedicar la mayoría de su tiempo, sino es todo, al cuidado de los niños?, según las estadísticas el 2% lo consideran como una obligación y el 82% están en el séptimo cielo de contentos por hacerlo, pero lo justifican por la necesidad de trabajo de los  padres y valoran esta traslación de responsabilidad, que la realizan en stricto sensu del apostolado. El resto del porcentaje no expresa su sentir puntual.

En una sociedad universal donde existen 800 millones de personas  de más de 65 años, con un pronóstico a llegar a los 1.900 millones antes de 50 años, es preciso reflexionar sobre su calidad de vida, pues, una cosa es hacerse viejo y otra distinta es crecer y madurar. Estos abuelos que viven en buena relación con sus familias confrontan un problema de las personas mayores que viven solas y no se saben queridas ni necesarias.

Esta  sensación de soledad impuesta y no asumida de desvivirse al constatar cada día una nueva dolencia anatómica o falencia mental, una dificultad en la elasticidad de los movimientos, deteriorando la autonomía y la calidad de vida, convirtiendo a los abuelos  que podrían ser fuentes de experiencia y sabiduría, en seres que procuran pasar inadvertidos, hasta hacerse casi invisibles. No quieren estorbar  y se hacer dolorosamente… invisibles.

Esto acontece porque la indolencia y la carencia  de sensibilidad, de conocimiento de la imperfección de los humanos, permite la imposición del grosero y torpe concepto que solo el joven es hermoso y valioso, por productivo. Abdican a un mundo de valores sin los cuales vivir carece de sentido y se tropieza y cae en el abismo que más vale lo que cuesta. Nadie dialoga y reflexiona a los niños y los jóvenes como los abuelos que la educación tiene por  objeto ayudarles a ser felices , a ser ellos mismos, para fortalecerlos para afrontar  las circunstancias cambiantes y erráticas de la vida, de la dificultad de vivir, de la existencia que puede transformarse en vaciedad si el humano no se estimula  a símismo y no tiene derroteros de intelectualidad y virtud: y se actúa como si lo jóvenes tuvieran que vivir para trabajar , en lugar de trabajar lo necesario para vivir con dignidad, decoro, templanza, felicidad y armonía.

En la sociedad urbana, agobiante y desalmada, se vive para tener y acumular, en vez de vivir  para ser nosotros mismos en compañía de nuestro prójimo. Por esta equivoca tendencia  se procura doblegar a los jóvenes desde la infancia mediante la coacción y el temor para que obedezcan, para que callen y se repriman en lugar de ayudarlos a desarrollar y aplicar   su inmensa energía, acción que solo los abuelos desbrozan con inconfundible amor y destreza.

Se asume, en actitud dolorosamente errónea que, al dejar de producir hay que aparcar o enclaustrar  a las personas mayores para que no molesten, para que cedan su puesto a los jóvenes, sin reparar, ni reflexionar para luego tener un remordimiento sin paz, que las personas  mayores en todas las culturas han y contribuyen al auténtico progreso de la humanidad.

En la Bolivia campesina, donde los abuelos sufren esta separación geográfica, y en las ciudades  se debe seguir con el convencimiento espiritual y actitud material cotidiana, de ofrecer  a las personas de la tercera edad el mejor asiento, los alimentos más frescos, la atención preferencial en todos los servicios, para poder consultarles constantemente y escucharlos en silencio y reflexionar. Las personas mayores son el bien más valorado en toda sociedad bien constituida y exenta de discriminaciones.