Nayú Alé de Leyton
La paz no es definible por meros conceptos porque pertenece al mundo profundo del corazón, porque la paz es un valor, es el motivo que unifica y hace bella la vida.
Está vinculada a la sensibilidad de la ternura y la justicia de la convivencia.
La paz es un modo de relacionarnos, es el espacio de la reciprocidad y de la entrega.
La paz es una dimensión espiritual que se expresa en la justicia y en el perdón.
La paz es la serenidad de la mente y del corazón, es la justicia y la solidaridad.
Sabemos que el hombre no solo vive de pan sino de paz, no vive solo buscando la justicia, sino la ternura y la comprensión.
Pero ¿Por qué en el mundo de hoy no podemos saborear el exquisito bocado de la paz?
Porque vivimos una constante deshumanización que se percibe con el correr de la globalización y de la pérdida de valores fundamentales, para desarrollar una vida de unidad, de solidaridad, de respeto y de justicia.
El día 24 de enero de 2002, Asís fue el escenario del encuentro de líderes religiosos más representativos de la historia, se reunieron a invitación del Papa Juan Pablo II, mas de doscientos representantes de los credos del planeta, se unieron en una sola voz para declarar: “¡Nunca mas la violencia!” “¡Nunca mas la guerra!” “¡Nunca mas el terrorismo!”. “En nombre de Dios que toda la religión traiga justicia y paz, perdón y vida. Amor”.
Toda la iglesia está llamada a una tarea de atenta percepción y escucha a lo que va ocurriendo en la humanidad, para brindar una respuesta que colabore en la construcción del Reino de Dios, que es el reino de la paz en el mundo.
Tenemos sed de Dios muchas veces sin saberlo, en medio de un sentimiento religioso.
Tenemos hambre de justicia ante una enorme situación de iniquidad y de corrupción.
Tenemos anhelo de comunión y encuentro en medio de la crisis de paz en los vínculos familiares y sociales.
Comenzando este año es necesario que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera, a dar prioridad a los valores espirituales y morales y no colocar primero los valores materiales que endurecen nuestros corazones.
Debemos tener el valor de situarnos en la verdadera dimensión del hombre, porque solamente los valores espirituales nos podrán salvar de la violencia.
Escuchemos al Maestro que nos dice:
“Renuncien a la maldad, a la soberbia y al orgullo destructor, acepten las virtudes que les doy: la humildad, la paciencia, la fe, la esperanza, la caridad. La virtud de amar al Amor de los Amores. Os dejo mi paz os doy mi paz”.