Noticias El Periódico Tarija

Gastón Cornejo Bascopé

La primera visita en Lima fue al museo privado de un millonario peruano. De ingreso sufrí una decepción transitoria pues se mostraba cuatro o seis salones repletos de armaduras, pistolas, lanzas, petos, cañones, arcabuces, cascos guerreros de personajes múltiples. Inclusive, en busto y en fanal de vidrio, réplicas del Gral. Franco y Pinochet, con gesto militar amenazante y ante quienes levanté la mano para cubrir la visión, avergonzado de sus historias. Me sorprende el encuentro de armas propias del Mariscal Andrés de Santa Cruz Kalahumana, el revólver que asesinó al Gral. Germán Busch, otro con mango de nácar propiedad de Salvador Allende, y de muchos militares americanos y europeos. Mención especial merece el Libertador Simón Bolívar, altivo y uniformado, con su reconocida testa napoleónica (inmediatamente observo que tiene un porte superior al que tenía en vida). Armas de la conquista, inclusive está el propio sable de Francisco Pizarro el puerquero, miles de herraduras, cabalgaduras, estribos, frenos, de los caballos de los conquistadores. Recordé que una de mis metas frustradas es no haber logrado la creación del Museo de Historia Militar en Cochabamba.

Luego, se pasea por varios salones bien dispuestos resguardados con macizas puertas de seguridad donde se expone muchísimas piezas artísticas de oro y de plata, guardadas en fanales de vidrio, propias de las diferentes culturas precolombinas, en su mayoría pre incaicas. Llama la atención la orfebrería artística, visible sobre todo en las coronas, radiadas de láminas áureas, que en su cuerpo muestran prendidas numerosas plaquetas de oro finamente entrelazadas, y móviles, de tal manera que vibran con el movimiento del portador a quien le concedían notoriedad de autoridad relevante. Petos, collares, báculos de formas y adornos variados como emblemas de jerarquía y distinción; manos cruzadas con dedos extendidos significando trabajo, reflexión, construcción, ideas, conceptos, pensamiento crítico.

Mascarones de argento y dorados, con facies peculiar, ojos de turquesa, rasgados – según el guía representa figuras de aves mitológicas – según mi concepto culturalson evocaciones ancestrales asiáticas. En los varones orejeras; en las damas, lengüetas colocadas bajo el labio inferior sobre el mentón reveladoras del estado de plenitud sexual y su disposición a la maternidad, piezas de ambos sexos adornadas con figuras zoomórficas especialmente de aves. Trabajos con hilos de oro mostrando las redes iniciales para confeccionar los atuendos, ponchos, polleras. Una cubierta bordada para proteger al jerarca andino de la inclemencia del ambiente externo. Todos los elementos trabajados con el áureo metal.

Instrumentos guerreros, porras de dura piedra, redondas, estrelladas, multiformes en tamaño y peso, con el hueco central para ensamblar las masas, el arma mortal de las batallas. Un Quipus de utilidad matemática, distinta al Quipus mural extendido guardado en el  Museo Precolombino de Santiago de Chile con el verdadero significado del Runa Simy, el complejo lenguaje similar al lenguaje biológico del ADN genético de la vida en el planeta. El guía minimiza la significación del instrumento de los Quipucamayos, sólo habría tenido el valor contable de un sistema métrico decimal, en los nudos y en los colores.

Una sala especial dedicada a la medicina: los Tumis, bisturís quirúrgicos de diferente dimensión y forma, de oro puro, adornados sus mangos con piedras preciosas. Apuré el pensamiento de un Tumi trepanando la corteza del cráneo, reparando una fractura ósea del guerrero herido, o eliminando fantasmas del poseso enfermo. Pinzas, instrumentos quirúrgicos varios¸ utensilios. Se muestran diversos cráneos trepanados, y las soluciones de continuidad cubiertas con placas de oro, plata o calabaza y los bordes, muchos de ellos presentan neoformación ósea, evidenciando la sobrevida y curación.

Son cientos de piezas expuestas en plenitud de arte y de historia. Felizmente se trata de una colección privada, garantizada en su seguridad, al amparo de la sustracción que identifiqué en la Cancillería boliviana. El museo enriquece el pensamiento histórico del Hombre Americano y educará a las generaciones por venir.

Finalmente, momias en diferentes estadios, en posición uterina o extrañamente extendidas. Infantes, con sus caracteres morfológicos de seres puros, con sus juguetes encontrados en las tumbas, según su jerarquía, de oro, plata o bronce. Como figura principal se muestra al Señor de Cipán, encontrado recientemente y calificado como el Tutankamón Andino, con todos los atuendos de monarca humano y divinidad celestial. Cabezas de enemigos abatidos, empequeñecidos a la manera de los ecuatorianos Jíbaros, con espinos entre cruzados en los labios para evitar maldiciones y dispuestos en colecciones para exponer la valentía y los logros de sus vencedores. En los vasos y cántaros, adornos de primoroso arte, tallados con fino buril en el precioso metal. Con lupa,colocada expresamente, se observan imágenes de enorme significado intelectual y de avanzada evolución cerebral.

Concluyó la visita turística en el Museo del Oro sin mensaje alguno. Reclamé al guía pues entre los visitantes habíamos chilenos, peruanos y bolivianos. Faltaba el epílogo de nobleza: ¡Los ancestros visitados, en sus entrañas existenciales y sus productos, eran nuestros comunes padres americanos. Ellos merecen, a la distancia del tiempo, todo el respeto histórico, científico y antropológico. No es posible que entre los descendientes – ahora mestizos de sangres injertadas – guardásemos rencores indebidos. En honor a ellos y a su historia humana de elevada cumbre, nos cumple guardar la fraternidad debida. No más Caínes ni besos traicioneros. No más resentimiento por antiguos enconos de intereses heredados. No más enclaustramiento ni candados. Más bien abrazos, paz y construcción de un porvenir conjunto rescatando nuestro común ancestro y el ordenamiento patrimonial señalado.

Lima Perú, Febrero 2016