RAFAEL ARCHONDO/PÁGINA SIETE
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«Soy lo que soy, porque viví allí; la mayor parte de las cosas interesantes que ocurrieron en mi vida, ocurrieron en Bolivia”. Raquel Gutiérrez Aguilar nos recibe con esas afirmaciones y se prepara para una entrevista a la que quiere conferirle un impacto político fino, pero frontal. Sabe que sus palabras resuenan fuerte en el país que este 21 de febrero autorizará o rechazará la repostulación presidencial, por quinta vez, de Evo Morales.
El vicepresidente boliviano fue su compañero de vida, luchas y cárcel desde que sus miradas se cruzaron en 1982 por las aulas de matemáticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). «Bolivia es parte de mi constitución, de la persona que soy, eso no lo puedo negar, aunque ahora, a lo largo de los años que no vivo allí, hay cosas que puedo mirar simplemente a través del cristal de la nostalgia”. Así, su ser boliviano recrudece cada que alguien le pregunta de dónde es: «La gente nunca sabe cuál es mi nacionalidad, me confunden mucho”.
Raquel volvió a México en 2001 dejando atrás cinco años de cárcel, su liberación jalonada por una vigorosa red de amigos y amigas, una ruptura amorosa con García Linera y la necesidad de recrear su vida académica. Y claro, cuando ya estuvo de vuelta en su país de nacimiento, siguió nutriendo aquel lazo que no la suelta. «Yo lo que he tratado es de no ser una bolivianóloga, porque la bolivianología se puso muy de moda, después de esos esfuerzos tan potentes de transformación política y social que se vivieron a principios de este siglo. No quiero ser una persona que únicamente estudia esos procesos. Nunca lo fui y no lo soy tampoco acá. Esa es una tensión que me atraviesa siempre, porque aunque lo que estudio son las luchas comunitarias en América Latina, la mayor parte de mis conocimientos más íntimos y profundos al respecto son los que aprendí en Bolivia”. Raquel trabaja hoy en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Desde allí reúne ideas que mantienen despiertos a quienes la conocemos, desde allí habla claro y al hacerlo actúa.
A su ruptura sentimental con García Linera no le siguió la pérdida de fe en la revolución boliviana, que juntos buscaron propulsar. Raquel retornó sola a México, pero no por ello perdió de vista los levantamientos que le siguieron a la Guerra del Agua, donde sí tomó parte activa. En 2006, estuvo entre los que recorrían los pasillos del recién «capturado” Palacio de Gobierno en aquellos tiempos iniciales de la efervescencia revolucionaria tras la primera victoria del MAS en las urnas. Cuando el proceso padecía el asedio de la llamada «Media Luna”, Raquel se metió al ojo de la tormenta: Santa Cruz, desde donde tensó sus fuerzas anhelando el alumbramiento de una nueva sociedad. Con ello puso a prueba aquella exclamación suya lanzada cuando fuera arrestada en 1992: «Soy más boliviana que Sánchez de Lozada”.
Sin embargo, también entonces en 2008, cuando las afiebradas juventudes cruceñistas ocupaban edificios, golpeaban soldados y quemaban escritorios, cuando las bases campesinas del «Pacto de Unidad” se aprestaban a cercar el perímetro grande de la Expocruz, Raquel pudo atisbar lo que se venía. «Después de la masacre del Porvenir y de la negociación sobre el contenido de la Constitución en el parlamento, sentí que se comenzaba un tiempo de cierre para las luchas de abajo, de mera reconstrucción de Estado, supe que lo político iba a vivir una devaluación, una nueva clausura. Entonces fue cuando empecé a debilitar mis lazos más intensos con Bolivia”.
Después de 2008, asentada definitivamente en su México natal, toma distancia con una revolución que se despojaba poco a poco de sus medulares ambiciones. Ahora sí, 8 años después de aquel freno, Raquel encuentra que cuando desmenuza los mismos fenómenos sociales que sus ex camaradas, saca conclusiones opuestas.
«Veo todo esto exactamente al revés”, asegura ella cuando le recuerdo que para el gobierno, 2008 es el año de la victoria popular sobre la oposición, el inicio del despliegue completo del proyecto masista sobre el país, el «punto de bifurcación” resuelto a favor del bloque comunal, como suele evaluar el ya citado vicepresidente.
A nuestra entrevistada le gusta pensar que hubo una especie de arreglo de gobernabilidad entre élites, un pacto, sostiene, del MAS con la derecha en los marcos estrechos de la democracia procedimental o formal, el reforzamiento de un orden estatal renovado. Y es que claro, recuerda, «no se reconstruye un gobierno neoliberal, se abre otro ciclo, es un nuevo momento en el que un Estado consolidado relanza un proceso de acumulación de nuevos capitales”. ¿Y eso qué tendría de malo?, ¿acaso no es así una revolución?, erigir un nuevo Estado incluyendo nuevos integrantes. Raquel concede: «Obviamente hay nuevas élites económicas en Bolivia, no hay que negarlo. Y tienes empresarios que lograron su acumulación de capital en la producción de hoja de coca y una serie de variaciones en la estructura económica. Todo esto funciona bajo el control férreo del interés del capital global. Es lo que la población boliviana en esta coyuntura, tiene frente a sí”. A eso se le califica laxamente progresismo y tiene una matriz liberal.
«En estos últimos años se han cerrado alternativas y abierto otras, por supuesto que sí, pero cerrado quizás las que reflejaban los anhelos más profundos de la lucha desde abajo”, plantea. ¿Qué perdimos en 2008? Raquel responde: «Es la negación de cualquier posibilidad de construcción de autogobierno local en el sentido más amplio de la palabra, de que podamos participar en la producción de la decisión de los asuntos generales que a todos incumben, porque a todos afectan. Eso es lo que veníamos planteando desde la Guerra del Agua y esas son palabras sabias…pues eso se negó”.
¿Qué lo sustituye? Volvemos a su voz: «Se han abierto nuevas oportunidades económicas a nuevos sectores. A ello se han sumado transferencias focalizadas como está ocurriendo en todos los países neoliberales”. Se refiere a los bonos que reciben cada año niños, madres y ancianos en el país.
Admitamos que hay algo desconcertante pavimentando ese criticado camino: diez años de un voto masivo a favor del MAS. Aparentemente el elector se siente más integrado a una victoria que aplastado por un empate pactado. ¿Es la de Raquel una mirada extravagante y solitaria? Ella contesta sin dudar: «En ese sistema político que se consagró como legítimo, la gente ha seguido votando por el MAS, porque no hay por quién más votar, y porque la política misma ha sufrido una brutal devaluación”.
La refutación es clara: «Desde enero de 2006, empiezan a construir eso, escalones de mando, hay un gran jefe, claro que hay, pero hay eso, porque así lo construyeron”. A la mente de Raquel vienen recuerdos de otras revoluciones que también devoraron a sus hijos: «Todo al servicio de una persona… ¿vamos a acordarnos de aquel a quien llamaban el padrecito Stalin? Esto, históricamente, ya lo vimos ocurrir. Cuando te quieren vender como novedades, reediciones políticas de historias muy amargas, te están tomando el pelo, y conviene empezar el análisis asumiendo que te están tomando el pelo”, afirma prevenida.
Raquel sabe que está lejos, que su incidencia es menor que hace una década. Sin embargo alberga una esperanza y tiene que ver con estas letras: «El chiste es que si por tu intermedio, puedo tener algún contacto y me harán favor de leer mis palabras algunos hombres y mujeres bolivianas, que en sus corazones sienten esta insatisfacción profunda, mi confianza y mi entero respaldo… me identifico mucho, no duden pues, si tienen una intuición de que esto se está volviendo algo insoportable, es porque se ha construido a partir de una gran expropiación, de un gran despojo”.
¿Cómo opera esta especie de robo? Raquel es muy directa al definir el atraco: «Esto sucede cuando alguna persona está dispuesta a despojar la construcción colectiva para presentarla como construcción individual, finalmente la construcción de un caudillo es eso. Esa es una buena clave para interpretar un poco el proceso boliviano, es una energía colectiva que se queda depositada en una persona”.
García Linera acaba de acuñar otro término: extractivismo temporal. Significa que el país puede pasarse un tiempo extrayendo la savia de la naturaleza hasta estar en condiciones de dar un salto hacia otra economía, esta sí, sustentable. Raquel responde que «de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”. «Podemos justificar cualquier cosa que hagamos. Podemos justificarla en términos de los mejores ideales”, recuerda, sin embargo para ella esta es una forma sutil de plantear una idea que el EGTK empezó descartando: «la revolución por etapas”. «Yo me sumé históricamente a la revolución boliviana en marcha”, recuerda, porque en el país se había superado la idea de que los cambios se pueden hacer de manera escalonada, haciendo concesiones a cada paso. ¿Por qué? «Porque la revolución por etapas es la historia del siglo XX y eso fue el preámbulo del XXI, y eso no es nada fantástico”, ironiza.
¿Y si gana el No, Raquel? , ¿Qué te gustaría que pase? Ella aspira a que hubiera un proceso deliberativo interesante que ponga en aprietos al orden de mando tan conveniente para ciertas ramas del capital, que el MAS ha construido en esta década. «Podría haber un remezón en el MAS, obligado a repensar sus formas y prácticas políticas, en el momento en que se debilita el pináculo del orden jerárquico, que se cimbren los amarres, y entonces quizá puedan fluir nuevos momentos, que ese magma volcánico que ha sido constreñido desde 2008, rompa las obturaciones, eso puede ser, no es que todo se juegue en este momento, claro que no. Pero sí habría la posibilidad de un cambio”.
El día de los votos, en Puebla, Raquel estará pendiente del resultado, no lo podrá evitar, es lo que es, porque vivió en Bolivia.