Raúl Pino-Ichazo Terrazas
(Abogado Corporativo, autor del libro “Prostitución”)
El ejercicio de la prostitución sin la relevancia de los motivos que arrastran y convencen a su ingreso y, salvados los prodigiosos esfuerzos en impedir inundar al alma de las prostitutas con un pesimismo tenazmente asilado que las conduciría a su propia frustración, posibilita
Ha llegado el momento crucial por el cual la realidad se manifiesta con dramática objetividad cuyo decantar es la virtual diferencia entre la explotación de sus cuerpos como instrumento de placer y la perseverancia interior para preservar, sin huir, al mundo de la fantasía, los valores y comprender el alcance de su fuerza, imprescindible para atenuar la angustia de la cotidianidad, que las hace vivir en un estado constante de insatisfacción e inseguridad y, esos estados, atribuyen a las prostitutas un estoico esfuerzo en no justificar a las causas de sus estados de ánimo que las amenaza y hundiría definitivamente en esta desgracia; este razonamiento evita que sus vidas transcurran en la sensación del fracaso t el abatimiento.
El sexo desasido de amor y sentimiento como ejercicio frenético lo separan inteligentemente de la gestación de sentimientos e inherencia de virtudes, aunque al mismo tiempo se desgarre su fuero interno con el espectáculo de la miseria humana, es un deleitar sufriendo, complaciendo a los demás, encantando con su belleza y absteniéndose a sumergirse en el mal y el horror.
La intensidad de los recónditos sentimientos sustancialmente apartados y no contaminados por el tráfico sexual, que se desarrolla paradójicamente en una misma unidad de persona , protege a las prostitutas de una cruel ablación de la autoestima, a la cual reavivan sin pausa eludiendo a la desesperanza , siempre omnipresente.
La existencia con alguien significa vivir, transitar o tener relaciones, en el sentido de convertirse en ayuda para llevar su carga, que es pesada, que abruma los hombros de los hombres es el instinto y ellas trabajan para su bien sin analizar moralmente a sus clientes, entendiendo la realidad incontestable de la pulsión sexual. Estas capas inferiores de la sociedad, perennemente estigmatizadas, responden correctamente al sentido de pertenencia que el pueblo tiene de sí mismo. Contraria efervescencia produciría si las sociedades mirasen como guía el instinto la naturaleza inherente a los humanos.
Las sociedades y los transitorios gobernantes , en este preciso tema, no saben dónde legalmente incardinar a las prostitutas, sintiéndose culpables con remordimientos de conciencia en la medida que este oficio no sea reprimido, despunta en una especia inconciencia, de hipocresía y de vergüenza de aparecer como creadores de este gremio de las prostitutas para calmar las tensiones que causan los miembros de las sociedades el impetuoso instinto que permanece activo la mayor parte de la vida, originando un asfixiante desasosiego profundamente humano , que se percibe cuando la sociedades no comprenden ni emprenden lo que deben hacer, acosándoles con pertinacia por la injusticia y la postergación sin tiempo previsible para la definitiva solución.